Están realizando trabajos en la Avenida Principal de mi pueblo y desde acá se oye el estruendo de las cornetas de los vehículos; para mí, es demasiado.
No obstante intento serenarme y aceptar porque no está en mis manos cambiarlo. Lo único que puedo hacer es no sonar la corneta de mi carro.
Pareciera que todo el odio que tienen los seres humanos hacia sí mismos, lo vierten en ese chirriante sonido ensodecedor, en cada esquina, cada vez que el vehículo que tienen delante debe pararse. Es algo totalmente sin sentido, sin razón.
Tocan la corneta como si de esa manera el tránsito va a desaparecer, como si van a lograr que el vehículo accidentado se repare, como si el anciano que esta cruzando la calle a su lento ritmo empezará a correr para acudir a su loco llamado de prisa.
Tocan y tocan la corneta desde las primeras horas de la mañana, cuando vamos a dejar a los niños en el colegio, ya están esos enfermos con esa rabia tocando la corneta, odiando todo y a todos, contaminando nuestro espacio, robándonos el silencio y la paz a los cuales tenemos derecho.
Pero soy impotente y por eso, no me queda otra sino aceptar y dejar que pase el sonido que siempre me estremece.
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